Hablar de amor suele evocar imágenes universales: miradas cómplices, manos entrelazadas, el deseo profundo de compartir la vida con alguien. Sin embargo, la historia de quién ama a quién —y cómo— todavía encuentra barreras sociales, religiosas o culturales que intentan dictar lo que debería sentirse “correcto”. Desde la logoterapia y la filosofía existencial, estas barreras resultan cuestionables: la capacidad de amar forma parte del núcleo mismo de la libertad humana y, por tanto, no necesita justificación externa.

En una época donde la diversidad afectiva es cada vez más visible, vale la pena recordar que cada relación encierra una invitación a descubrir sentido. Amar, más que un privilegio, es un acto de auto-trascendencia que nos vincula con algo mayor que nosotros mismos: la vida del otro y el mundo que juntos ayudamos a construir. Este artículo propone miradas cálidas y comprometidas sobre las relaciones LGBTQ+ —no como asuntos “especiales”, sino como expresiones genuinas de la existencia humana—, y nos anima a reflexionar sobre nuestras propias creencias para pasar de la mera tolerancia a la auténtica inclusión.

El encuentro amoroso como llamado existencial

Para Viktor Frankl, la vida cuestiona a cada ser humano: ¿cómo responderás hoy? Elegir a quién amar constituye una respuesta radicalmente personal. Desde la perspectiva existencial, el amor no es solo sentimiento; es una decisión que nos sitúa ante nuestra propia finitud y nos invita a crear significado compartido. Así, amar deja de ser un lujo condicionado y se convierte en un acto de auto-trascendencia: al encontrar al otro, también nos encontramos a nosotros mismos.

La dignidad de ser uno mismo

La logoterapia afirma que cada persona posee un valor incondicional, mientras la filosofía existencial subraya la autenticidad como tarea: ser fieles a la verdad interior pese a la mirada ajena. Cuando identidad y afecto convergen, la dignidad se manifiesta en una vida coherente. Las relaciones LGBTQ+ no piden permiso para existir; simplemente revelan la riqueza de formas que puede adoptar la presencia humana en el mundo.

Libertad y responsabilidad: dos caras de la misma moneda

La libertad de amar exige responsabilidad creativa: cuidar al otro, nombrar el vínculo, comprometerse con su crecimiento. Desde la logoterapia, la responsabilidad se vive como la capacidad de responder ante el sentido; desde el existencialismo, implica asumir las consecuencias de nuestra elección. Amar a partir de la autenticidad —sea en una relación heterosexual o LGBTQ+— significa proteger el espacio vital de ambos sin ceder a la indiferencia ni al miedo.

Del reconocimiento a la inclusión existencial

Aceptar al otro resulta apenas un primer paso; el horizonte es el reconocimiento mutuo como co-creadores de sentido. Acompañar implica escuchar historias de amor sin jerarquías, cuestionar prejuicios heredados y tejer comunidades en las que cada persona participe como sujeto, no como excepción. Cuando la sociedad integra la diversidad afectiva en su narrativa colectiva, amplía su propia posibilidad de significado.

Conclusión

El amor, vivido con libertad y responsabilidad, trasciende cualquier etiqueta. Si toda existencia se define por la capacidad de dotar la vida de sentido, ninguna relación necesita justificación externa para florecer. En este punto conviene mirarnos con honestidad y preguntarnos: ¿qué creencias, conscientes o no, siguen moldeando mi visión del amor y podrían limitar la libertad de quienes me rodean? Solo al reconocerlas podremos transformarlas y pasar de la tolerancia pasiva a un compromiso activo de inclusión. También vale la pena cuestionar nuestras acciones diarias: ¿cómo traduzco ese compromiso en gestos concretos que hagan sentir a las personas LGBTQ+ que su historia de amor construye comunidad y sentido compartido? Responder con un pleno a estas preguntas nos invita, en última instancia, a honrar nuestra propia condición humana: acompañar sin prejuicio, celebrar sin excepciones y recordar que cada vínculo auténtico es —por sí mismo— un acto luminoso de sentido.

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