¿Por qué pensamos que: cuando termine la carrera, cuando tenga pareja o hasta que pase x cosa, ¿ahora sí podré ser feliz?, ¿Qué nos ocurre que, teniendo mucho, seguimos sintiéndonos infelices?, ¿por qué casi siempre creemos que el pasto del vecino es más verde?
Esta “terca” tendencia a mirar lo que no tengo, lo que me falta, lo que no hay, nos lleva a alejarnos del día a día, del presente y peor aún de nosotros mismos, es decir, nos aleja de lo que, si somos, de lo que sí tenemos, de lo que sí hay y de lo que podemos llegar a ser con todas nuestras posibilidades…
Parece que existe un tipo de “maldición” en nuestra vida, en la que cuando alcanzamos ese “algo” que nos falta, o que creemos que nos falta, ese algo, se desvanece. Nos pasa lo que, a los niños con juguetes nuevos, los esperan ansiosos y deseosos, y ¡bum! en el menor tiempo pensado se aburren, los arrinconan y esperan ahora a que llegue lo más pronto posible la próxima ocasión para pedir algo nuevo, algo más.
Lo deseado parece desaparecer instantáneamente, y aparece en su lugar la necesidad de algo más, ese algo más que tarde o temprano se convierte en una trampa, la trampa del “faltante”, dando como resultado una sensación de carencia constante e insatisfacción, sensación en la que nos acomodamos, nos acostumbramos y volvemos un hábito de pensamiento un tanto retorcido que distorsiona nuestra realidad y que genera una especie de adrenalina adictiva por desear siempre un poco más.
Esa trampa del faltante aumenta enormemente las expectativas que tenemos de la vida, las ilusiones se convierten en cuentos de hadas y cuando la realidad llega, cuando nos alcanza, ese amor que tanto nos hizo soñar, ahora ya de carne y hueso, parece muy lejano a lo que esperaba, ese trabajo que me iba a solucionar la vida, hoy a diario, con horarios y compañeros aburridos parece más una prisión que una solución , esa casa en la cual no importaba lo que pasara jure que no iba a querer salir jamás de ella, hoy se empieza a llenar con deudas por pagar…y es así como la anhelada solución, el escenario faltante, el sueño por vivir, ya no parecen lo mismo, y las expectativas de solución, se convierten en frustración.
Es cierto que existe la predisposición por temperamento y carácter a ver lo positivo, lo que, si se tiene y también otra para ver la carencia, lo negativo, lo que no hay, es decir hay personas que desarrollan desde la infancia una filosofía de vida más saludable, que les ayuda a responder a los significados del momento de forma más asertiva y hay quienes debemos aprender una y otra vez a desarrollarla. La clave está en la palabra aprender.
Es decir nuestra felicidad, nuestra plenitud, nuestra satisfacción, son áreas en las cuales somos absolutamente responsables, será entonces cuestión de aprender a elegir actitudes mucho más sanas, positivas, saludables y propositivas, que sustituyan a las anteriores y así entonces generar nuevos patrones de pensamiento que me acerquen mucho más a mi realidad, a mi hoy, a mi presente y sobre todo a mis posibilidades.
Y es que cuando disfrutamos lo que cada día nos ofrece, apreciamos lo que tenemos, gozamos lo que somos, el deseo, lo que nos falta, se transforma en potencia que nos mueve y dirige hacia adelante. Seguiremos teniendo ganas de lo que nos gusta, seguiremos deseando, pero esas ganas y esos deseos, ya no nos llevaran a sufrir y a frustrarnos, sino que serán la fuerza que nos empuje a querer gozar la conquista de lo que nos falta y a amar lo que somos y lo que tenemos.
Tu tarea será retomar 1 actividad que abandonaste y probar por lo menos algo nuevo alrededor de ella, descubre qué es lo que hoy te da satisfacción de esa actividad abandonada y anótalo, igual anota que sientes al atreverte a probar algo nuevo, rompe con tu rutina, acuérdate que somos seres de hábitos y nuestro cerebro se acostumbra, se acomoda y muchas veces nos entrampa en la monotonía que nos aleja de la posibilidad.
Nos seguimos leyendo
Bárbara Barragán
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